El asunto de Oriente Medio
lleva de fondo la esquela del anuncio de la muerte y de la conmemoración en
brazos de la tristeza.
La bellísima Siria, cuna de
milenarias historias y de monumentales piedras, de etnias y de lenguas, de
maestros en la cultura y cabeza del Islam, está atrincherada en su propia
sangre.
El ánimo de quién escribe se
siente profundamente dolido porque sé que mis letras no van más allá de una
amable y rápida lectura de quienes me honran con sus ojos puestos en las letras
que van al ciberespacio.
Tiempo ha que guardo silencio
acerca de lo que atañe a mi otra identidad. No es olvido, al contrario, es el
resultado de la parálisis resultante de los impactos sucesivos que se han dado
en llamar Primavera Árabe y que ahora, visto lo visto con el tinte rojo de la
sangre, se ha transformado en un frío y gélido Invierno.
Aquellos que se frotaban las
manos pensando que en la centenaria sociedad árabe coránica era posible el
milagro de la conversión a una sociedad democrática deben estar repensando
mucho su apoyo si es que realmente no era esa su finalidad.
Los sátrapas que han dominado
y aún dominan las sociedades meso orientales no dudan en cambiarse de vestido
para dar la imagen que conviene a los intereses de los adalides de la
democracia a la occidental. Es un bastardo intercambio de intereses.
Pero el asunto tiene una
especial y gravísima relevancia cuando la pretendida transformación se hace a
través de plazas de la
Libertad , de calles estrechas, y de desiertos convirtiendo
sus secanos cauces en borbotones de sangre. Todos hemos aplaudido el ansia de
libertad y la búsqueda del desterramiento de los líderes caudillistas que ha
llevado a cabo la sociedad árabe. Y yo el primero que besa la tierra que está a
los pies de quienes ansían la libertad.
Pero también dije en su
momento (cfr. “Libertad: morir para no disfrutarla”) que el espacio que se desocupaba estaría
llenándose de preceptos coránicos para el gobierno de la sociedad civil. La
deseada división de poderes, al César lo que es del César y a Dios lo que es
Dios, es demasiado compleja para asestar de un plumazo la separación de ambas.
Y siendo así en la sociedad occidental, avanzada según parece, que no será en
una sociedad que se ha anclado en el medioevo.
La injusta generalización nos
llevaría a la reflexión de que esta situación es irremediable pero es ocioso
obviar la riqueza cultural de arabismo. Evidentemente los más avezados alumnos
en democracia son los que deben tirar del carro hacia la libertad y crear
nuevos modos de gobierno.
La manera y fórmula para
llegar a la deseada transformación se ha demostrado ineficaz y pone de
manifiesto la evidente hipocresía y falsedad conductual de los dirigentes
occidentales. Es “magnífico” dirigir, y que la sangre, a lo que se ve, la
pongan otros.
Los miles de cadáveres
amontonados en las calles de las ciudades árabes es una bofetada a la
conciencia que aún le pueda quedar a la maltrecha y estúpida ONU con su
secretario general a la cabeza que, por razones de etnia y otras, aún no ha
abierto los ojos.
Entiendo, en la medida que
sea capaz de hacerlo, que llamar la atención al ladrador gritando más que el es
una pérdida de tiempo y una sinfonía de cantos a la luna. Ítem más, al perrito
que muerde no se le puede responder mordiéndole y desde luego sigo aferrado al
viejo dicho que ahora pongo en interrogación: “¿Merece la pena morir para no
disfrutar la Libertad ”
La ensangrentada Siria, los
millares de inocentes que han caído, Irak,- de la que ahora el Fondo Monetario
Internacional coloca a la cabeza de los países con mayor crecimiento económico,
claro partiendo de cero-, la eterna Palestina, maltratada injustamente y sin
reparación, Egipto, Libia, Túnez, etc., todas ellas claman por la Libertad y Dignidad de
sus gentes lastimosamente encordadas por satrapías regias, militares o por la
liberadora creencia religiosa. Cambiamos una por otra pero no alcanzamos la
plena libertad y es que del Medioevo a la época contemporánea no se puede ni se
debe obviar el largo camino del tiempo.
Siempre se habla de Oriente
Medio como de un tablero de ajedrez. Sabemos quienes son los peones.
Lo cierto es que al final de
la partida reyes y peones van a la misma caja.