También en:
REVISTA OROBAL DEL COLEGIO OFICIAL DE MÉDICOS
CanariasAhora.es
Blog de Marisol Ayala
La Provincia
REVISTA OROBAL DEL COLEGIO OFICIAL DE MÉDICOS
CanariasAhora.es
Blog de Marisol Ayala
La Provincia
La llave cerró con autoridad la
puerta del despacho. Estabas contento. Entrabas en un fin de semana que
ansiabas para el merecido descanso de unos días ajetreados.
Muy lejos aquella idea que ese
sería tu último día oficial en el cuarto que fue tu cuna durante cuarenta años.
La familia prepara un festín para celebrar tus sesenta y cinco años y rebosas
la alegría de saber que hasta aquí has llegado.
Pero te puede más la ansiedad por
volver al trabajo, a tus pacientes, a las labores inconclusas y meditas si no
será mejor prorrogar tu vida laboral pública un par de años más o quizás cinco y volver a casa a
descansar con los setenta cumplidos.
Más hete aquí que no está en tu
mano decidir si continuarás en tu labor. Dependes de una firma administrativa que no va a valorar tus
méritos en cuarenta años de ejercicio sino que esbozando una sonrisa maliciosa
y torciendo el gesto “alguien” firma la carta que anuncia tu jubilación
forzosa. La ley es la ley te dirán. Pues no faltaba más.
Oye, colega, es muy duro recibir
una carta fría y despiadada en la que te espetan como una sardina victoriana.
Doctor/a, váyase a casa, su tiempo profesional en la vida pública ha concluido.
¿Te lo temías, verdad? Barruntabas que
no te prorrogarían dos años más aún a pesar de tener firmado el contrato de
continuidad.
Aún así has sacado pecho y te
fajas con la administración. Acudes a la Justicia y logras que suspenda cuatelarmente tu
“despido”. Puedes volver. Quizás no termines de entender que no te quieren y punto. Ya buscaran la manera de que envejezcas
antes. ¡Aún así, feliz prórroga, colega!
Una vida profesional dedicada a
la sanidad pública se apaga de repente, tal que soplar la llama de una vela. ¿Acaso
pensabas que te dedicarían una calle, una sala del hospital?
Los que hemos cumplido la edad de
jubilación vivimos en aquestos años de estudiantes y primeros de la profesión
una actividad en la que el ejercicio de la Medicina y Cirugía era como siempre debe ser, un
sacerdocio, una voluntad constante e inequívoca de servicio a los demás. El
tiempo no importaba ni había horarios en el hospital.
Estábamos veinticuatro horas en
disposición permanente, atentos a una llamada para acudir a un quirófano o para
atender a un paciente que empeoraba. No quiero ni esbozar aquellos años duros
porque hay emociones que me van a convertir en un pañuelo con patas.
Mucho cambiaron las cosas con la
transición política. Estábamos en el punto de mira de la escopeta nacional; los
médicos, muchos de nosotros fuimos tildados de ladrones de bata blanca. A estos
hay que meterlos en vereda, dijeron la envidia y los celos. Ellos no son
dioses, bramaban antes de que tuvieran que tumbarse en decúbito supino en la
camilla.
Y así fue. Tarjetas para fichar,
control de horarios, sometidos a una administración impía que aplaudía números,
la cantidad, y olvidaban la calidad, la
esencia del trabajo serio y responsable. Nuestros peores enemigos, nosotros
mismos. Peor aún, aquellos colegas, por decir un sinónimo fácil, que trepaban
como lagartijas al calor de las siglas de la conveniencia pronto se sentarían
en la esquina de tu mesa para ordenar, mandar y dictar qué, cuando, cuantos y
cómo tenías que ejercer tu profesión.
Quizás te has olvidado de los
cortes de la bata, de las heridas en la espalda, de los días de permiso
denegados, de los quirófanos alicatados, de las radiaciones inmerecidas.
Ha sido un soplo, la vida ha
pasado como una caricia y toca el tiempo del descanso, obligado para la vida
pública. Es el tiempo de la madurez, cada vez quedan menos caramelos de la Vida y estos hay que
saborearlos mucho y bien.
Nuestra profesión tiene principio
y fin, pero éste no es el que quiere la administración; será el que quieras tú
porque médico eres hasta el fin de tus días. La Medicina imprime
carácter.
A mi personalmente no me satisface trabajar dónde no me quieren.
No es cuestión de aducir que estás en lo mejor de tu vida intelectual y que, además,
cuentas con una experiencia amplia.
Los tiempos se marcan con el
péndulo del reloj. Nadie nos puede impedir seguir trabajando, sintiéndonos
útiles para el sufriente. Tantos años de profesión y humildemente hay
que entonar que solo se cura a veces, que hay que aliviar muchas, y consolar
siempre.
Saca a flote el coraje de tus
primeros años.
Sé lo duro que es sentir ese
vacío; se te ocurren mil cosas que hacer con tal de llenar tu tiempo, aquellas
ocho horas de hospital o de ambulatorio que ya no vuelven. Tómate un descanso,
ese que tanto has deseado en tu trayectoria pasada.
No nos debe extrañar que pronto
veamos hospitales y ambulatorios para la beneficencia.
Estamos en lo mejor de nuestras
vidas, y antes de que la hoz nos corte la cabeza, aprovechemos intelecto y
pasión por la Medicina
en el servicio a los que nos precisan haciendo valer el juramento hipocrático.
Verás que lo que sucede,
conviene. Hay otras vías, otros caminos, otra manera de servir, con el corazón
y con la inteligencia. No hay pacientes públicos ni privados, hay pacientes. Y
mucho me duele que algunos sigan llamándolos
“usuarios”.
Dí a tus pacientes dónde te
pueden encontrar y ellos acudirán a ti porque médicos somos a todas las horas
del día. Vamos, colega, ensancha el pecho, levanta la mirada, descansa un
tiempo y comienza a hilar tus proyectos de presente y futuro.
¿Crees que realmente nos echarán
de menos? Un tiempo, solo un tiempo.
Tu mejor regalo de jubilación es
el beso de aquel paciente y la gratitud encendida de aquel otro que alcanzó tu
mano y la estrechó con fuerza: “gracias, doctor”.
Seguimos siendo médicos, y
cirujanos, por más que intenten lo contrario. Hay vida más allá de la sanidad
pública.
Hoy tengo un ramo de rosas para
ti, compañera del alma, que has hecho posible llegar hasta aquí.