miércoles, 17 de diciembre de 2014

Sillas vacías


(A Manolo Marrero)
Un manto de tristeza se abatió sobre la esquina de aquella mesa. Los recuerdos se abren paso a medida que las palabras salen como un murmullo apenas perceptible.

Las sillas vacías que antes fueran asiento de risas y carcajadas, de bromas y regates cortos parecen inclinarse sobre la memoria en el afán de poner certeza de que no estamos ante un sueño. Y ciertamente es una realidad.

No suena el teléfono ni hay cartas de felicitación con su membrete. Nada atrae a las entrañables conversaciones de lo más variopinto de nuestra sociedad y los rincones de aquella empresa se llenan, en la enredada tela de araña,- aún fresca-, de apretones de manos y abrazos cordiales.
Recordar es poner el corazón de nuevo en los momentos vividos.

El carácter afable del anfitrión, su cercanía y amplia sonrisa se adornaban con sus inquietas manos y el vaivén de sus piernas.

Este año, como todos los pasados y venideros, finaliza con el recuento de fechas para celebrar y otras para conmemorar.

Nos resistimos al tránsito y preferimos entrar en un profundo sueño, en la ausencia del dolor, en no molestar ni ser molestados pero inevitablemente estamos abocados a despojarnos de esta suma de carne y huesos.

Manolo Marrero y yo compartíamos la proximidad de nuestras sillas en la mesa que reúne mes a mes a tantos contertulios. Esquinados y cerca de las puertas,-por aquello del humo de cigarrillos-, nos divertíamos en la complicidad de nuestras vivencias de niños en nuestro Puerto querido, en los años adolescentes futboleros y en el reencuentro, tantos años ha, en la tertulia que hoy lleva su nombre. Bromeábamos con mi identidad palestina y canaria y así llenábamos ese intransigente silencio inicial de los encuentros.

Sabía, por esa condición de médico, que los días iban demasiado deprisa y el irrefenable parón estaba muy cerca. Más no por ello, ni él ni yo regateamos la  alegría del encuentro en aquella habitación plena del calor de sus seres más queridos.

¿Con qué se puede llenar la ausencia? No merece la pena el intento de colmar un agujero negro, antes al contrario, nos atrae con esa fuerza imantada del afecto y nos entregamos sin resistencia a los momentos del recuerdo más querido.

Que sepas, mi querido Manolillo, de mi leal amistad, de mi sincero sentimiento de cariño envejecido por el tiempo, acunado y acrecentado en el fuego de tantas tertulias.
Aquellos arrebatadores "incisos" se hicieron entre nosotros como una majadería de lo más simpático y queda como banderín de enganche de solemne juramento de los viejos y nuevos tertulianos.

Hace años que la crisis económica en la que estamos instalados no permitió los encuentros del treinta y uno de diciembre, aquellos cócteles de magnífico gusto que reunía a tropecientas personas.

Convendría que de ser el estómago una víscera agradecida te diera las gracias pero no es el aparato gástrico quién se acerca a tu memoria sino el cerebro y el corazón de quienes, como yo, invocamos los mejores momentos compartidos en el más puro ejercicio de memoria.

La silla de la esquina está vacía como tantas y tantas que lo estarán en estos días entrañables en tantas otras mesas.
Sin embargo, me atrevo a brindar por ti, por lo vivido y por lo que nos reste de estar en este jueves.

Que no nos amarguen los recuerdos. Conviene discernir qué tiempo pasado hay que dejar atrás y cual no. Hoy esbozo una sonrisa.
Si, una sonrisa, poniendo la memoria y el afecto en los momentos vividos, recordándote amigo mío, Manolo Marrero.







miércoles, 10 de diciembre de 2014

PALESTINA