lunes, 29 de febrero de 2016

Hijos del dolor, padres de la muerte en Palestina

DE AQUÍ Y DE ALLÁ


Hijos del dolor, padres de la muerte en Palestina
por Carlos Juma


La lánguida sombre de los recuerdos, de las vivencias, de los sentimientos que afloran desde los rincones más profundos del alma, emergen al compás de la disrritmia.
Los pensamientos bailan al son de tambores de guerra, de las rimas de la paz, de la sangre, del dolor, de la tristeza de injusticias clavadas en el alma.
Cualquier día se apodera de nuestras redes neuronales mientras la pluma se mueva inquieta buscando las palabras que se ordenen para llegar a la meta de un escrito guiado por la pasión de los sentimientos.
La tragedia del día a día en Palestina, mi otra patria, tan amada como  recordada, se asoma en la cara de un niño al que la vida ha puesto en Belén, en Beit Sahour, en Bir Nabala, en cualquier ciudad de la agredida Gaza, junto a los muros de la Anunciación en Nazareth o a la puerta de Damasco en Jerusalén.
El niño que sale de su casa rumbo a su colegio en el campamento de refugiados, cargado con la mochila, pesada por tantos libros y deberes que cumplir, encuentra en su camino la cara del viejo miedo anclado a una escopeta que le apunta sin el menor pudor.
La orden de dejar en el suelo su carga y levantar las manos la recoge sin el menor atisbo de ansiedad. El hábito de verse rodeado de soldados que le hablan escupiendo palabras tan terribles como "terrorista" ha terminado por convertirse en costumbre.
Son sólo libros y los deberes que le ha marcado su maestra; pero esto no basta, debe abrir la mochila y permitir que los soldados que ya no son uno sino muchos le apunten a la cabeza y ordenen que se vaya a un extremo de la calle y comience a desnudarse, a flexionar las piernas no sea que esconda un puñal.
La orden de que camine de un extremo a otro de la calle es dada sin dejar de apuntarle. Su cara no expresa miedo, es la costumbre.
Sin embargo su pantalón se ha mojado y un débil chorro de color dorado baña sus zapatos.
La proximidad del soldado es tal que, después de la orden de abrir la mochila, pueda ver el cargamento de bombas intelectuales que esconde el pequeño. Le hacen ir de uno a otro en un baile calzado con sus zapatos rojos. 

Finalmente se han convencido los valientes soldados de la raza elegida de que no hay miedo, que no se trata de un terrorista que les vaya a apuñalar o a levantarlos por el aire con una bomba casera.
La columna de los hijos de Sión camina en fila de dos, a los lados de la calle, triunfantes de la gesta que acaban de llevar a cabo. Volverán a sus casas, las robadas a los palestinos, y secarán el sudor de sus frentes comentando la dureza de los cacheos a los terroristas.
El pequeño palestino sigue su andadura hacia el colegio de lona y si la maestra le pregunta el por qué de su retraso tan solo comentará que fue controlado por unos soldados, dirá ¡bah, fue poca cosa!
-¿Y tus pantalones mojados?
-El balde del pozo se me fue de las manos, contestó.
Su escondido miedo transforma su pensamiento. Su padre está encarcelado en las prisiones israelíes, su madre cuida de lo que queda de la familia. Perdió a su hermano mayor en una protesta contra los colonos judíos.
Ya no querrá ser un jugador de fútbol ni doctor. Solo fluyen ideas de frustración, de desesperanza, de suicidio. Mejor morir que vivir bajo la ocupación militar judía, afirma.
Los trazos de sus dibujos caminan por sendas de sangre, por Medias Lunas, por Cruces. Su alma está debatiéndose entre las ilusiones de vivir libre o morir matando.
Los puñales clavados por la injusticia en Palestina han visto llorar a sus ancestros desde el 47 y a sus padres. También él asumirá el papel del llanto. O puede que caiga con las rodillas dobladas y la espalda rendida sobre cualquier acera, con la cabeza ensangrentada.
La elección de vida o de muerte no solo depende de él, también de los que aborrecen la Justicia y niegan la Esperanza.
Tiene los mismos años que mi nieto mayor.

PALESTINA