La pluma destila sangre y gestiona su propia desaparición.
La sangre y la tinta son sonetos del mismo poema, son caudales líquidos que vierten su agonía sobre la tierra y el papel.
Cuantos minutos, horas, días, y años se encadenan a la salida de la curva del tiempo. Si sólo bastara el tiempo....Es la Vida la que permanece arrodillada ante tanta injusticia, son los miles de personas que han dejado el camino plagado de silencios, son los hijos de mi pueblo, los de mi otro pueblo, los que deben sus raíces a la milenaria tierra de Palestina.
Tantos años como cuentan los míos desde que decidieron los amos del planeta dividir una tierra dando más suelo a quién aporta menos gentes.
Y así se traza el destino de un pueblo, el mío, que debe nacer lejos de su cuna y amamantarse con pechos ajenos. No rechazo, antes al contrario, amo profundamente aquellas mamas que me abastecieron del alimento primero. Pero me han dejado huérfano de mi madre tierra desde el día en que fui nacido y sin patria ni número de mi raza. Escribe pues, que soy palestino.
Ellos, los que se llenan la boca de sufrimientos sin fin son los mismos que sobrevuelan las noches de nuestros niños con las pesadillas de sus bombarderos y sus pertrechados soldados que, desposeídos de su armamento, son el vivo reflejo del miedo del ladrón que conoce perfectamente su sinrazón.
Hablemos de paz si somos enemigos pero, ¿sobre que Paz debemos conversar?
¿Acaso la que se impone por la fuerza de las armas es la justa Paz?
Son los hechos sobre los que cimentar el necesario discurso de que todo está consumado. Y cometen un gravísimo error, unos y otros, ellos y los míos.
No es negociable el robo de las tierras, la sangre de los que defienden su patria asesinada ni el silencio de las tumbas.
No hay rendición posible si se ama el olivo nacido y crecido en las caricias de las manos del palestino. No es posible pactar desde la arrogancia y asimetría.
No se dan cuenta que el cuento del errante usurero no tiene cabida en esta historia.
No vamos a doblegarnos ante la suculenta tentación del enemigo de hablar de paz con las manos armadas de fuego. Para eso tenemos una respuesta. No hay olvido ni hecho consumado que nos haga retroceder un sólo centímetro de nuestra tierra milenaria.
Es necesario que la palestinidad no muera jamás y que generación tras generación recuerden el genocidio que llevamos como premio por no entrar jamás en aquel holocausto.
No hace falta hablar en base a una fecha determinada, días vergonzantes internacionales. Hoy es un buen día para que perciban que el corazón palestino se mueve entre latidos inacabables.
Palestina, no te olvido. Y sobre los hombros que me han de llevar al lugar dónde me esperan unos gramos de aquel suelo lanzaré en el vacío secreto el grito de que Palestina era y, eternamente es.
EN EL BLOG DE MARISOL AYALA
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