¡¡HOY, 21 DE FEBRERO DE 2013, MUY PRESENTE EN MI MEMORIA,SERAFÍN, MI SABIO E ILUSTRE LETRADO Y AMIGO!!
La cualidad esencial que anhela
un ser doliente es la comprensión, llegar al convencimiento que cuanto se diga
está perfectamente entendido y que quién exponga el problema sepa que se está
en perfecta sintonía con él.
Parece cosa baladí pero muy lejos
de ser tal es la clave de la sensibilidad humana, el sentimiento que más acerca
a dos personas que se encuentran para resolver un problema en el que predomina
la angustia.
Sumido en la desesperación,
anhelante de Justicia y de encontrar la persona que sea capaz de comprender y
además de proponer soluciones para un serio y grave conflicto acudimos a ese
profesional que, traspasando las fronteras de la relevante posición de Letrado
rebasa los límites de la cercanía y proximidad y transduce cuanto se le expone.
Bien digo, transduce y no
traduce, convierte un sentimiento etéreo en la física misma y genera emoción.
Mi querido amigo y sabio Letrado,
supiste transducir mis quejas y dar paz al desasosiego de mis dudas y ansias de
dejar las cosas vistas para que decida sobre ellas quién para ello esté
preparado. Pero lo inmensamente relevante es llenarte de aquellas quejas y asimilarlas
como tuyas, discriminar de manera que no cupiera un guiño a la falsedad.
La sabiduría es consustancial a
la largura del entendimiento, conocimiento y justa discriminación, al sentido
de lo moralmente bueno y malo, al lazo de
la ética y de la deontología del
ajuste a las normas imperativas en la profesión.
La paz que genera la rectitud del
quehacer diario es inconmensurable, incluida la finta pícara de quién regatea con la experiencia y
eterna juventud conjugadas.
Bastó solamente un tiempo rápido,
el guiño de un gesto en la amplia sonrisa de los ojos azules que anoche vi como
dejaban su brillo, ineludible realidad para abrir la mirada a la otra manera de
ser y de estar para que se estableciera una relación sólida, leal y exenta de
cualquier interés que no fuera lo legítimo.
Conocí bien tu lucha y me hiciste
saber tus dudas, las preguntas que se reiteran en la sombra del debate de la
vida, del encuentro sorpresivo de la enfermedad y la pregunta constante de la
razón por la que la vida te juega estas malas pasadas.
Tú y yo hablamos sin palabras, y
cuando las hubo, con ella, con tu Antoñita, nuestra Antoñona presente, a tu lado, siempre a tu lado, la respuesta a
tus preguntas era invariablemente “te veo muy bien”, como si no supiéramos a
quién iba dirigida la esperanza y el consuelo.
Cruzabas las piernas y llevabas
tu mano al ala de la nariz en un gesto que te acompañó hasta el final. Y tu
mano siempre buscó la de tu compañera y ambos las entrelazaban con esa adorable
sonrisa de ella, su compasivo y tierno gesto, lleno de caricias que
socarronamente respondías con tus genialidades.
Has sido abogado veinticuatro horas al día y bien
claro me lo dijiste, abriste tus manos a cualquier sugerencia a la hora que
fuere, jamás hubo un regate ni una queja, antes al contrario, expectante y
presto por completo, en tiempo y espacio. Y hasta tu deseo de no causar
molestias, con gratitudes reiteradas por mi presencia en la intimidad de tu
hogar, encontró el eco de tu propia respuesta: también yo soy médico las
veinticuatro horas del día.
Y nunca supe si mi gratitud fue
suficiente pero me bastó la última mirada
y la frase que me regalaste: “¿Serafín, preguntó ella, sabes quién está aquí? Mi amigo y sabio
doctor”, dijiste. Me quedo con estas palabras hasta el fin de mis días pues si
grande fue la distinción de la que me hiciste gala ha sido inmenso el alivio y
consuelo de tu entrega hacia mi causa como profesional y amigo.
Y tu compañera, tierna y amable,
sujeta a la esperanza siempre, y firme en su posición de fe, en la propuesta
permanente de una esposa ejemplar, a tu lado. Por ella bebiste los vientos y el
amor más tierno cumplió la cincuentena de casados y muchos más.
El Amor te acoge benigno en su inmenso e infinito
Paraíso.
No fue casualidad, hubo una
causalidad para que nuestras vidas se cruzaran.
“Tienes la obligación ética y
moral de defenderla ” y sólo era necesario encontrarte y dejar en tus manos la
noble tarea.
Hoy te acompañan en la tarea de
un hasta más ver cientos de oraciones
monacales guiadas seguramente por nuestro buen amigo el Fraile bueno de
Alpandeire, aquel cuya estampa llevaste en el bolsillo de la solapa hábilmente
colado por las manos de Antoñita. Ella, siempre ella.
Aún habrá quién pregunte ¿Qué
edad tenía? Y habrá que responder: La edad de la sabiduría , de la bonhomía, de
la Paz engendrada
en el corazón bueno. Vete tranquilo, mi querido amigo y sabio abogado. Todo
está en orden. Hay brazos que proseguirán tu tarea. Buscaremos consuelo en tus
recuerdos, hombre bueno y generoso. Todo un caballero, todo un señor.