IN MEMORIAM
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"ARABESCO" JOSÉ LUIS SÁNCHEZ DE LA TORRE |
La tarde se volvió plomiza y temiendo,- realmente no sé porqué-, empaparme de los manjares derramados del cielo decidí sortear las queridas curvas hacia Teror. La villa mariana tiene ese encanto bucólico que invita a inundarte de tu propio silencio, a dar pasos sin fin por la calle Real, balanceándote hacia las aceras.
Había un sesgo de melancolía que fue roto por el zapatero, el descendiente de dos generaciones, al que pedí el arreglo de una cremallera del bolso.
Poco tardó en ensimismarse en la labor pero su talante dio pie a charlar de sus antecedentes, de lo contento que estaba en su pequeño taller y comenzamos a practicar la ansiada tertulia llena de tópicos. No es dificil adivinar que aquel hombre, de mediana edad, se sentía a gusto trabajando, sin dar una sola nota disonante de queja. El trabajo encomendado lo haría sobre la marcha, lo que me extrañó sobremanera. No hubo lugar ni tiempo para hablar de la temida queja social pues al contrario, pude ver y palpar en aquellos cortos metros cuadrados, la satisfacción de vivir con la modestia sin la temida codicia ni ambición.
Pregunté por el maestro Peña, el barbero de la calle Real, al que echaba de menos desde hacía largos meses y sentí el vacío de la ausencia porque mi buen amigo, de pelo escaso pero bien enhebrado y lateralizado, está en una residencia; debo suponer que por su avanzada edad y por las obligaciones de su familia, fuera este lugar el más adecuado para él. Imposible espantar de mi mente el crucigrama de llegar a la senectud alejado de los muros que tutelaron su larga y fecunda vida laboral.
Acudí a la peluquería que regenta un joven, no sin antes poner de luto mis paredes gástricas con un buen café.
Me quedé absolutamente sorprendido al entrar y que un chaval que esperaba pacientemente su turno, se levantara y me cediera su asiento. Tal cual. Le agradecí vivamente su educado gesto y me interesé por el joven, por la educación que recibía y dónde estaban aquellos maestros de la cortesía. Hijo de un agricultor, trabaja en el campo a la par que estudia, segundo de ESO, me pareció entender.
El locuaz peluquero, haciéndose eco de su cartel anunciador del aumento de las tarifas por razones impositivas, me lanzó un discurso acerca de los impuestos cada vez más gravosos, y del primo que estaba trabajando en Cabo Verde. La lección de aquella tierra estaba en que tiene el mismo ambiente que las Islas Canarias hace cincuenta años.
Me dio un repaso en toda regla acerca del consumismo que nos devora, de las promesas incumplidas de los políticos y del asqueado mundo de los Barcenas y otros para finiquitar el corte de pelo con su idea bien amasada de emigrar a Cabo Verde. Salí con menos pelo y con las lecciones bien enseñadas por la cortesía de un joven y las ansias de sobrevivir en un mundo mejor, ajeno al consumismo, del locuaz barbero.
Ya de vuelta ví de nuevo al joven, con el pelo bien rapado, al que saludé efusivamente, agradeciendo su amabilidad y estando presente su padre no pude menos que felicitar a ambos por la lección de educación y buenas costumbres, tan ajenas en nuestra sociedad y tan deseadas.
De la razón de los lunes zapateros, a la visita a la excelsa patrona, y la exquisitez de trato social y de la queja amarga alumbrada por el ansia de sobrevivir en otro pais, emprendí el regreso a casa.
Llegar, y festejando lo vivido, tan extraño en los tiempos que corren, amansando esta tormentosa vida con la sencillez de la gente que, afortunadamente, aún existe, ví que había pinceles llenos de tristeza. José Luis, mi querido paciente que llenaba su casa de decenas de cuadros propios, decidió abrazarse al alivio de tanto dolor y partió dejando lienzos llenos de alegría, de rabia ante la injusticia, de amor tremendo por el bel canto de la granadina Alicia Cantarero.
Dos luces prendidas en mi despacho, el depósito de tantos dolores, también los tuyos José Luis, brillan para tí.
Hay mucho que deshacer, tanto que abandonar......y un sinfín de ilusiones que recrear para los jóvenes, sean zapateros, agricultores, camareros o barberos.
Y pinceles que deben volver a enredarse en la mano del pintor. Sigue bien fresco aquel bodegón que me regalaste, José Luis Sánchez de la Torre. No dejes de dibujar en las estrellas el brillo de tus colores.