(29 de noviembre de 1947)
por Carlos Juma (*)
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Un rictus de profunda seriedad,
fruncido el entrecejo, unas lágrimas que caían refrescando su
cara, y el juego desasosegado de sus manos intuían que se clavaba un
puñal en el corazón de Oriente Medio. La sangre que brotaba era
sólo el anuncio del derramamiento que riega cada día la Tierra
Santa. En su fresca memoria estaba la querencia a su pueblo, a sus
raíces, a su familia.
Del estupor ante la creciente oleada de
inmigrantes judíos llegados de Europa con el conocimiento y
consentimiento de la potencia mandataria, Gran Bretaña, al estado de
confusional, solo mediaron unos pocos años. Se presagiaba el choque
frontal no sólo contra los administradores de Palestina en el afán
de lograr la independencia prometida sino contra una multitudinaria
oleada de gentes venidas de fuera al amparo de una ideología creada
por Theodor Herzl, el Sionismo.
La noche del 29 de noviembre de 1947
fue el comienzo de su amargura, la víspera del inminente despojo de
sus derechos inalienables. Se aprobaba la partición de la Palestina
Histórica en dos sendas mitades asimétricas. La nueva población
judía se veía dotada con tierras en la que podrían establecer un
estado por y para los judíos.
Los palestinos, cuyos derechos
quedaron maltrechos y gravemente heridos, debían conformarse con
menos de la mitad de sus tierras para establecer un Estado Árabe. Ni
las Naciones Unidas y menos aún la potencia mandataria consultaron
ni tuvieron en cuenta la existencia de un pueblo milenario que
habitaba aquellas tierras. El despojo de sus derechos, el
incumplimiento de tantas promesas y la inadmisión de semejante
partición hacían presagiar los sangrientos años que siguieron a
aquella nefasta noche. Los intereses económicos y el poder del
dinero vapulearon a los palestinos que debían prolongar una
situación bélica contra Gran Bretaña y contra las bandas
terroristas judías de Stern e Irgum, como más significativas, que
ya comenzara en la década de los años veinte.
El maltrecho pueblo palestino, sesenta
y siete años después, vive en el encono de la justa ira, en la
frustración más amarga y en la desesperanza más recalcitrante.
Muchos de sus amigos tomaron las armas,
otros dejaron sus vidas y los más sufrieron el terrorismo del
sionismo liderado por Isaac Rabin, Ariel Sharon, Menahem Beguin,
buscados por Gran Bretaña mediante carteles que dejaban a las claras
el calificativo de Terroristas.
La amarga queja de saberse víctima de
una situación ni instada ni creada por los palestinos contra los
judíos por el nazismo más abyecto repreguntaba una y otra vez por
los culpables del Holocausto. Evidentemente, ningún palestino gaseó
a judío alguno en la Europa de la Segunda Guerra Mundial.
Gran Bretaña vio con buenos ojos la
creación de un Hogar Nacional Judío en Palestina (Balfour, 1917) y
tuvo que sufrir en sus carnes la violencia terrorista sionista hasta
que harta de tanta sangre decidió poner en manos de la incipiente
Sociedad de las Naciones (ONU) el asunto y lavárselas liberándose
de sus responsabilidades internacionales. Que negra gratitud de los
judíos a Gran Bretaña y que patética salida a un sangriento
conflicto.
Una primera votación de la Asamblea
General dio un resultado negativo pero los poderes económicos y las
amenazas cambiaron los votos de los países que se habían abstenido
en sendos votos a favor de la partición. El daño estaba hecho y
permanece aún en estos días.
¿quién podría aceptar que su patria
se dividiera en dos sin base jurídica ni el más mínimo respeto a
los habitantes de aquella tierra?
En Europa había mucha prisa para
lavarse las culpas del Holocausto y ¿que mejor que endosarle el
problema judío a los palestinos? Sustentado en innegables LAZOS
HISTÓRICOS el avance del poder del dinero convirtió aquellos lazos
en DERECHOS sobre Palestina.
No volvió a ver su Palestina libre. La
tierra canaria acunó su cuerpo veinticinco años después. Sus
palabras, su patriotismo y su inquebrantable fe permanecen en sus
descendencia.
Pongamos que hablo de mi padre.
El devenir del tiempo me ha llevado a
revivir en mi alma el dolor de mi padre y proyecto sobre mis hijos y
mis seis nietos el amor a Palestina y sus gentes, mis otros
hermanos.
Nos borraron del mapa de la Humanidad
en aquella sentencia emanada de la boca de Golda Meir, “¿Palestinos,
que son palestinos?” y aseguraban con aquella otra que “ la
segunda generación se olvidará de Palestina”.
Conocemos sobradamente el ideario
sionista y que yace en el la ambición de establecer el estado de
Israel sobre toda la Palestina Histórica. Los hechos lo demuestran.
Y que Jordania es el estado natural de los palestinos es la otra
intención nauseabunda.
Para ello, mediante terrorismo,
culpabilizando a la víctima, concertando expedientes de expulsión,
cerrando las puertas al regreso de todos los refugiados, negándonos
el agua, el pan y la sal, violando sistemáticamente cualquier
derecho humano, aplicando leyes coloniales, castigos colectivos, robo
de tierras, inmisericordes puestos de control policial, muros de la
más alta vergüenza, y creando la más mínima excusa para
bombardearnos sin piedad en un ejercicio sólo comparable al nazismo
más asesino, despreciando cualquier resolución de la misma ONU que
les fue tan generosa el 29 de noviembre de 1947, aún más y aún así
tienen la osadía de querer manosear el reconocimiento del estado
Palestino por Europa y mostrarse como elemento necesario para una paz
sionista-dependiente.
Son más de un centenar los estados
que reconocen a Palestina como tal; la triste y emetizante Europa
solemnizó la apuesta por el reconocimiento de Palestina como estado
en la declaración de Berlín en 1999. Suecia dio el primer paso que
se propagará por todos los estados europeos. Y todavía hay quienes
solo instan pero carecen del coraje político de reparar la
gravísima injusticia histórica cometida el 29 de noviembre de 1947
reconociendo a Palestina como Estado.
Sobre bantustanes, con una
discontinuidad geopolítica manifiesta, debe nacer y crecer el Estado
de Palestina, sobre el veintidós por ciento de la Palestina
Histórica. ¿Debo alegrarme por ello?
Unadikum, os llamo, os convoco a
permanecer firmes encima de sus pechos de acero, que nuestras raíces
se hunden en el origen de los tiempos, que Palestina era, es y
seguirá siendo.
Palestina no es una herencia, es un
préstamo de nuestros hijos.
No habrá Paz sin Justicia. Queda pues
la Justicia como nuestra única esperanza.
Sesenta y siete años después me
regocijo en la memoria del que me engendró.
(*) Carlos Juma fue presidente y
cofundador de la Comunidad Palestina en Canarias