De
la corrupción
por
Carlos Juma
Los
actos contrarios a la moral, ética, deontología y normas
imperativas de la Ley, profanando su sagrado carácter, rebasando el
simple descuido, no pueden ni deben quedar impunes ni por el llamado
corporativismo ni por los jueces amigos.
No
importa quién sea el actor y quién el damnificado.
La
moral concierne al fuero interno o al respeto humano; es lo
relativo a las acciones de las personas o sus caracteres desde el
punto de vista de la bondad o de la malicia (RAE).
La
ética es el conjunto de normas morales que rigen la conducta
humana y no está sujeta al ordenamiento jurídico.
La
deontología es la ciencia o tratado de los deberes que está
custodiado por los Colegios Profesionales.
La
ley (en latín, lex, legis) es una norma jurídica dictada por el
legislador, es decir, un precepto establecido por la autoridad
competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la
justicia cuyo incumplimiento conlleva a una sanción.
Las
definiciones tal cual las dictan los que se supone que saben.
Las
normas imperativas y prohibitivas de la Ley son rotundas y
absolutamente claras, y quienes la incumplen,- especialmente los
llamados a la custodia y defensa de la Justicia-, no deberían salir
de rositas o agraciados por la visión de la Virgen en procedimientos
judiciales gracias al corporativismo, al amiguismo o a la aplicación
“sui generis” de la norma.
Siendo
la ley igual para todos,- no así la aplicación de la misma, como es
bien sabido y sufrido-, su aplicación a profesionales colegiados, y
a no colegiados como los políticos (tiempo habrá en que se
colegiarán), no puede admitir excepciones tales como “defectos
formales”, y un largo etcétera de ridiculeces en sentencias en
las que se declare nula una obra, se condene a un tercero por causa
de la nulidad y se absuelva al autor de tamaña tropelía.
Y
por si fuera poco, que sentencien, no uno sino tres jueces, que
aquel, diz que abogado-albacea, deberá devolver los honorarios
indebidamente apropiados, le “condenan” a hacer la obra de nuevo
y cobrar por ello. O sea, que aquí no ha pasado nada, ¿no?
Es
un ejemplo más de los ataques de risa llorona que le pueden dar a
uno. Experiencia personal.
Si
los administradores de la Justicia actúan de esta guisa por mor del
principio filosófico que establece que la aplicación de la ley no
reside en el conocimiento de la norma sino en la voluntariedad de su
aplicacón estaremos ante la maleabilidad del Derecho.
Y
si un servidor de lo público, por oposición o por elección, no
tiene una mínima referencia de lo que es lo moral, ético,
deontológico, o legal sencillamente los ignora o se los pasa por el
forro de los caprichos, descansamos en la antesala de una conducta
previsiblemente delictuosa por hechos en los que se querría englobar
el término “corrupción”.
Los
políticos, algunos particularmente, andan de cabeza tratando de
definir la corrupción, de manera tal que no les roce ni
tangencialmente. Los niños aprenden rápidamente que es lo bueno y
lo malo pero los hay que, con el paso de los años, mandan al “carajo
la vela” cualquier deber , ante sí, ante los demás, ante los
colegas o ante la Ley.
Mareamos
hasta la extenuación a la gentil ave gallinácea llamada perdiz,
padecemos la falta de concordancia y proporcionalidad en la
aplicación de la ley, miramos atónitos y furiosos el paseo en el
mar y la montaña de los ladrones de euros a manos llenas,
contemplamos con pesar la dureza de la ley con los roba-gallinas y la
levedad con los delicuentes de cuello blanco y no nos indignamos lo
suficiente.
Nadie
está libre de pecado, cierto es, y menos aún quién esto escribe.
Al menos, percibamos el sonrojo de la vergüenza que es un señal de
arrepentimiento.
Para
ello hay que educar en valores, cuidar de manera gentil a los que nos
siguen, y desde el punto de vista económico no castigar con
cuantiosas cantidades dinerarias los libros escolares, tan cambiantes
como necesarios.
Somos
la conclusión de nuestro aprendizaje por la vida; ¡ y cuan
importantes son los principios básicos educativos!
Nada
pues de extrañarse ante el impenitente espectáculo que diariamente
tienen como protagonistas a estos perfilados sujetos, con toga, sin
toga, con bata o sin ella, con los laureles de los comicios o con la
infinitud de la estupidez humana.
Sugerencias
modestas para el buen entendedor.
El
mejor albacea es el que no se nombra. La fortaleza de lo heredable
está en la educación, en la buena, y en sus principios.
Elija
a profesionales de conducta intachable, los hay.
Y
apartemos a los políticos de sombras oscuras, tanto si son cuatro
como cuarenta. Nadie debería cobrar por trabajos nulos e
inservibles.
Usted,
inteligente lector, sabe extraer sus propias conclusiones.
Remitido a los medios.
Publicado en:
En El Diario.es/CanariasAhora
En Canarias en Hora
En Canarias Noticias
En el Blog de Marisol Ayala
En Telde Actualidad
En La Provincia.es
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Gentileza de Anil Partap |