por Carlos Juma
La virtud de la memoria es el recuerdo,
sólida afirmación que nos reivindica en la oscuridad de los
episodios más negros de nuestra historia personal y colectiva. Por
contra, creo que la mejor virtud de la memoria es el olvido.
Las guerras, ninguna de ellas civiles,
portan un matiz especial cuando se trata de enfrentamientos entre
gentes de un mismo territorio. Las civilizaciones en pie de guerra
son la patética muestra de que los hombres,-léase la humanidad-, no
aprende ni a palos ni con vaselina cerebral.
La insistencia en lo bueno nos hace
mejores.
Y abocándonos al día a día del común
vivir, ¿quién diría que en España hubo una guerra entre 1936 y
1939, que se saldó no solo con un trágico balance de bajas
sino con una larga lista de desconsuelos? Recordar, como su propio
nombre indica, es volver a poner el corazón.
Los permanentes "recordadores"
(disculpen éste inexistente término) de aquella
explosión de desencuentros existen aún .
El tiempo no borra las huellas de una
grave lesión, permite traspasar a las generaciones venideras sus
letanías de dolor, frustración e ira.
El ejercicio que impone el perdón es
muy duro, y no hay otra manera de vivir en paz con los demás y
consigo mismo.
Nos puede el rencor, el odio, la
venganza; es consustancial al ser humano,- cenizas del cerebro
reptiliano-, pero sobre ese sistema
nervioso primitivo asienta la capa más noble de la arquitectura
cerebral, desarrollada a lo largo de siglos y cuyos frutos son
tangibles hoy día,-la debutante neocorteza frontal-.
Y por más que vengan mensajeros
predicando la reconciliación de este linaje siempre surge el que
tiene la herida mayor, el que tiene más avales de la historia, el
que más ha sufrido, y una inacabable lista de asimetrías y
despropósitos que hacen tan pequeña la caridad como mínimo es el
proporcional perdón.
El empeño de determinados sectores de
nuestra sociedad en sacar el hacha de guerra del atornillado recuerdo
de la que debería llamarse "guerra incivil española"
parece proporcionar un incierto grado de satisfacción.
Al bien hay que responderle con bien y
al mal con la Justicia, dicen unos, y puede que les asista su razón
hasta un punto, puesto que no deja de ser una variante de la ley del
Talión, ojo por ojo y diente por diente, (claro que así, terminamos
sin ojos y sin dentadura).
Sin embargo, para perdonar, llevando al
olvido las agresiones sufridas, es preciso entonar el arrepentimiento
y sentir vergüenza por el daño causado.
La altivez y la soberbia de la que
hace gala el vencedor evocando que en toda guerra hay quienes ganan y
quienes pierden sin la más mínima señal de decir "lo siento"
sitúa en una muy difícil situación la posibilidad de una solución
a cualquier conflicto.
Ítem más, si al cabo de los años
varían las circunstancias y los que perdieron se tornan en ganadores
esbozando una sonrisa sardónica, estaremos en más de lo mismo.
Para comenzar a pasear por el olvido se
hace necesario pedir disculpas, -no basta en este punto decir que ya
todo pasó, que no es una excusa-, y de manera simultánea,
tender la mano abierta y que se estrechen aquellas sin que haya
ninguna que se transforme en un puño cerrado que imposibilite llegar
al apretón.
Los magos reyes venidos de
Oriente, tan próximo como querido para este humilde autor, han
cambiado de sexo. Ya se ve que los milagros de transformación no los
hace unicamente la Medicina Occidental sino algún político
que se arrima a las ascuas de tiempos pretéritos.
Las renombradas calles de nuestra
España, retirando lapidarios pedazos de historia,-buena, mala
o medio pensionista-, para tornarlas en otros, que también tendrán
su aquél, es un ejercicio inútil, tanto en cuanto cada cual
recuerde a los suyos. Pongamosles números a las calles y calcemos
las plazas con nombres que no ofendan a nadie.
En el punto en que la Historia sirva
para ser un recuerdo permanente, una memoria viva de hechos que a la
luz de nuestros días pudieren parecer denigrantes, flaco favor nos
hace. Seguiremos siendo prisioneros de nuestros enemigos.
De otro modo, si somos capaces de pasar
sobre esos mismos recuerdos con la firme propuesta de no cometerlos
más, habremos generado paz con una generosidad ilimitada.
El aprendizaje del olvido es tarea
ardua y sin embargo, de aplicarse el principio de que no hay dos
pensamientos simultáneos, hace posible sustituir uno por otro. Si la
idea,- fruto del pensamiento-, se tornara ineficaz y hasta obsesiva,
se modifica con otra, gratificante y fresca; entonces se vuelve
posible el ansiado cambio del rencor a la paz.
Tantos años de mi propia vida
asidos a la vieja y terrible historia de guerras en mi querida España
natal y en mi Palestina amada no valdrían de nada si el precio de
los recuerdos y del propio presente no se mutaran en la capacidad del
olvido y en las propuestas de restituir los daños causados merced a
una justa valoración de las partes en conflicto.
Ni de izquierdas ni de derechas, ni
palestinos ni judíos. La razón es una sartén de doble mango.
No hay roca que el mar no transforme en
fina arena, mejor con el suave oleaje que con tornados bravíos.
La Justicia no siempre sacia la sed de
reparación. La razón hay que tenerla, saber explicarla y finalmente
que te la den. Importa mucho luchar, y sobre todo resistir acorde con
el inmutable principio de no hacer daño, no colocar la vida de
rodillas ni atender a vanos cambios que enrabieten apaciguados
tiempos, que hay que aprender a olvidar.
La Historia es una cosa y la histeria
es otra.
Publicado en:
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